viernes, 17 de julio de 2009

¿Qué deben saber los padres sobre el cerebro de sus hijos?


Cuando el niño nace, su cerebro tiene ya aproximadamente el mismo número de neuronas que va a tener durante toda su vida.
Unos cien mil millones. Lo que necesita es establecer relaciones entre ellas, que es lo que se llaman “sinapsis”.

La capacidad del niño para establecer conexiones es fantástica. Eso le permite ir asimilando nuevos conocimientos y adquiriendo nuevas habilidades. A lo largo del período educativo, el cerebro experimenta varias reorganizaciones. La última, que coincide con la adolescencia, afecta a los lóbulos frontales, que son los encargados de las funciones de planificación y control de la conducta.

El cerebro del niño tiene una gran plasticidad. Se acomoda a las circunstancias, a la situación, a las experiencias. Aunque durante los primeros años esta plasticidad es mayor, el cerebro nunca la pierde del todo. Por eso podemos seguir aprendiendo siempre. Cada vez que aprendemos algo, nuestro cerebro cambia.

Al nacer, el cerebro de su niño no es una página en blanco, en la que podamos escribir cualquier cosa.
Nace con una serie de predisposiciones genéticas, sobre las cuales actúa la educación.
Las experiencias que el niño recibe van configurando su cerebro, y, con ello, su manera de sentir, pensar, y actuar.

Un asunto que interesa mucho a los padres es saber si la inteligencia se puede mejorar.

La inteligencia de un niño está determinada en parte por la herencia y en parte por el modo de crianza, que influye en lo que se llama la “expresión genética”, es decir, en la activación o desactivación de algunos genes. Por eso, podemos mejorar la inteligencia a lo largo del proceso educativo. Sobre todo, podemos hacer que el niño aprenda a utilizarla mejor.
Hay inteligencias que triunfan e inteligencias que fracasan, con independencia de cuál sea su “cociente intelectual”. La inteligencia se parece al juego de naipes. A todos nos reparten unas cartas –genéticas, sociales, económicas- que no podemos elegir. Hay cartas buenas y cartas malas, y, sin duda, es mejor tenerlas buenas. Sin embargo, ni en el juego ni en la vida gana siempre el que tiene las mejores cartas, sino el que sabe jugar mejor. De eso se trata. De enseñar a nuestros niños y niñas a usar bien su inteligencia, a jugar bien con sus posibilidades.

Nota completa en Universidad de Padres

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