sábado, 28 de enero de 2012

El miedo al dolor en el parto y como afecta a su desarrollo. Importancia del parto natural


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(Imagen de http://matronasubeda.objectis.net )

¿Qué es el miedo[1]?

Según el diccionario de la Real Academia Española (DRAE) el miedo es la "perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario". El vocablo procede del latín metus, que tiene significado análogo.
El miedo es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente o futuro. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano. Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.

Desde el punto de vista psicológico, social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura.
El mecanismo que desata el miedo se encuentra, tanto en personas como en animales, en el cerebro, concretamente en el sistema límbico, que es el encargado de regular las emociones, la lucha, la huida y la evitación del dolor, y en general de todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Este sistema revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recibe a través de los sentidos, y lo hace mediante la estructura llamada amígdala, que controla las emociones básicas, como el miedo o el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro. Cuando la amígdala se activa se desencadena la sensación de miedo y ansiedad, y su respuesta puede ser la huida, la pelea o la rendición. Es interesante señalar que el miedo al daño físico provoca la misma reacción que el temor a un dolor psíquico.
La extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo en animales, pero tal cosa no sucede en humanos (que a lo sumo, cambian su personalidad y se hacen más calmados), en los que el mecanismo del miedo y la agresividad es más complejo e interactúa con la corteza cerebral y otras partes del sistema límbico.
El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión arterial, la producción de adrenalina, la glucosa en sangre y la actividad cerebral, así como la coagulación sanguínea. El sistema inmunológico se detiene (al igual que toda función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores (especialmente a las extremidades inferiores, en preparación para la huida) y el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células (especialmente adrenalina). También se producen importantes modificaciones faciales: agrandamiento de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para facilitar la admisión de luz, la frente se arruga y los labios se estiran horizontalmente.


¿Por qué el parto duele? ¿Qué tiene que ver el miedo en la percepción del dolor?

Hay muchas mujeres que se sienten aterrorizadas al ver que se acerca el momento del parto. Uno de los mayores temores es no saber a qué nos enfrentamos, el desconocimiento de una experiencia que nunca hemos vivido. Por eso, los partos posteriores suelen enfrentarse con menos temor, salvo que la primera experiencia haya sido traumática[2, 3].
Por otra parte, hay miedos ancestrales que llevamos dentro de nuestro ser. El miedo a la muerte, el miedo al dolor, el miedo a perder el control de las situaciones, el miedo a lo desconocido[2-9]...
El miedo al parto y al dolor del parto lo llevamos inculcado desde dentro en nuestra cultura. Ese ancestral mandato bíblico de "parirás con dolor", puede clavarse en la mujer como una sentencia fatal y generar un auténtico terror a lo que se pueda sufrir en el momento del parto. Es importante conocer todos estos miedos y trabajarlos antes del parto para poder controlarlos. El diálogo con otras mujeres, una doula, la propia matrona que nos atenderá en nuestro parto e incluso la pareja, puede ayudarnos a ahuyentar estos miedos[10]. El miedo es en cierto modo algo aprendido, que por tanto, se puede "desaprender": La información es una de las mejores armas contra el miedo.
La primera arma que puede tener una mujer para vencer el miedo es conocer a fondo el proceso de parto en toda su dimensión. No sólo desde el punto de vista fisiológico, sino también desde el punto de vista de “saber” realmente qué es lo que allí puede sucederle. Conocer físicamente el lugar donde se va a dar a luz, conocer la manera de proceder del personal que nos va a atender, sus protocolos, etc. va a contribuir muy favorablemente a disminuir el miedo al proceso de parto. Asimismo, la redacción de un plan de parto en el cual uno sepa de antemano que se van a respetar sus deseos respecto a como se quiere que acontezca este suceso, puede ser un elemento crucial para disminuir el umbral del miedo al parto.
Consuelo Ruiz Vélez-Frías, una de las matronas que más luchó en España por brindar a la mujer más información para combatir el miedo y el dolor al parto, lo expresaba así en su libro “El parto sin dolor”[11]:

Supongamos que dos muchachos, igual de jóvenes e igual de fuertes, dan un paseo en barca, y ésta zozobra. Sigamos suponiendo que uno sabe nadar y el otro no. ¿Qué ocurre? Que el que sabe nadar, porque aprendió, naturalmente, pues nadie nace sabiendo cosa alguna, sabe lo que tiene que hacer. Automáticamente, en el momento de caer al agua lo recuerda y lo practica, mueve los brazos y las piernas y respira cómo le han enseñado, nada y se salva. El otro no sabe nadar. Cuando cae al agua se asusta, piensa que se va a ahogar, grita patalea, y se hunde.
El mismo hecho de caer al agua, igual para los dos, por la diferencia de saber o no saber, para uno ha sido un sufrimiento y para otro un trabajo. Creo que el ejemplo está bastante claro y que todos ustedes lo habrán comprendido.
El parto produce dolor porque las mujeres no saben lo que tienen que hacer en el momento de dar a luz, y en su azoramiento y nerviosismo suelen hacer todo lo contrario, es decir, movimientos antinaturales, que impiden la evolución normal de todo el proceso y provocan el dolor.
Exactamente igual que en el ejemplo que les he puesto, igual que los muchachos que iban en barca, entre una mujer preparada y otra sin preparación, la diferencia saber o no saber se traduce en sufrimiento o trabajo.
La que está preparada espera y sabe lo que va a pasar y lo que tiene que hacer en cada etapa de su embarazo y de su parto. Cuando el momento llega, obra con arreglo a sus conocimientos, ayuda a su organismo y da a luz felizmente y sin dolor. La no preparada no sabe exactamente lo que pasa en su organismo cree que su vida y su salud están en peligro, se asusta y el miedo crea un desequilibrio cerebral que provoca el dolor. Todos le dan consejos a cual más disparatado, porque nadie sabe nada, y así, en vez de ayudar a su parto, es ella misma, por su ignorancia, la que lo perturba y dificulta, dando a veces ocasión al sufrimiento fetal, al nacimiento de niños asfícticos y a intervenciones obstétricas.
Muchos partos acaban teniéndose que efectuar una aplicación de fórceps, porque las mujeres, agotadas, no pueden dar a luz solas, y las mujeres se agotan por su conducta intempestiva y antinatural en partos no preparados […] Dije que yo comprendo que en sus mentes va sistemáticamente unida la idea parto = dolor.
Esta idea es errónea. El dolor proviene de un reflejo condicional que les explicaré en la próxima charla, y vuelvo a repetirles que hay que pensar en contracción uterina con su papel y sentido verdaderos, como representante del trabajo y no de la enfermedad de un órgano.
El corazón funciona, poco más o menos, como el útero, y su trabajo nos pasa casi inadvertido.
Yo voy a hacer con ustedes una preparación verbal adecuada a sus conocimientos y dirigida a su inteligencia. Nada de medicinas ni de gimnasias. No se trata más que de prepararse, capacitarse moralmente para cumplir una hermosa y agradable función.


Más aún, tanto Consuelo Ruiz como otros profesionales constatan que el control del miedo al parto, hasta anularlo, permite dar a luz sin ninguna o muy poca percepción de dolor:

Matronas de toda España, amigas mías: lo increíble es verdad.
He visto a toda clase de mujeres dar a luz con la sonrisa en los labios; he visto resolverse como por encanto dificultades que hubieran necesitado, en la mayoría de los casos, intervenciones quirúrgicas. Estoy maravillada.
Pero aún falta lo mejor. Antes que matrona, soy mujer. Lo que más me entusiasma del método que os presento es la elevación, la dignificación de la mujer con ocasión del cumplimiento de sus nobles deberes de madre.
La embarazada deja de ser una enferma, un caso, confiada ciegamente a otras personas que, a veces, ni conoce siquiera, en un asunto del que sólo sabe que de él depende su vida y la de su hijo marchando a ojos cerrados por un camino ignorado.


Y documentan con su experiencia la existencia de mujeres que dan a luz sin experimentar dolor. Es más, incluso, están documentados los partos orgásmicos, en los que durante el mismo la mujer de parto llegó a experimentar un orgasmo. Así, Merelo-Barberá, Serrano Vicens, y el Dr. Schebat del Hospital Universitario de París han demostrado la alta tasa de partos orgásmicos incluso en la mujer rígida actual. De hecho, hay quien se pregunta, si el origen de la oxitocina sintética no fue el de investigar la vinculación de su papel en el orgasmo y el parto[12, 13].
Hay una asombrosa similitud entre las transformaciones del útero en el momento del parto y en el momento del orgasmo. En su famoso tratado sobre sexualidad, Masters y Johnsons[14] aseguran que en todo orgasmo femenino se producen contracciones del útero, lo que viene a ser otra perspectiva para entender las contracciones del parto así como los partos orgásmicos, y que nos lleva a lo mismo; es decir, que el fenómeno conocido como orgasmo consiste en unos movimientos rítmicos del útero (contracciones o latidos) que al relajarse y distenderse, relajan también el cervix. Masters y Johnsons también comprobaron, basándose en un estudio realizado en cien mujeres embarazadas, que durante el embarazo se produce una intensificación de la erogeneidad de las áreas genitales (los pechos se vuelven muy sensibles y constituyen una fuente de placer). Algunas mujeres que anteriormente no habían conseguido tener ningún orgasmo, durante este período lo consiguen fácilmente[15]. También tenemos imágenes de partos orgásmicos, para ayudar a creérnoslo o a imaginarlo, o de como las mujeres de algunas regiones de Arabia Saudita que forman corro alrededor de la parturienta y se ponen a bailar lo que aquí llamamos ‘danza del vientre’, y al parecer dicen que es para ‘hipnotizarla con sus movimientos y para que ella también se mueva a favor del parto’[13]
El ginecólogo Grantly Dick-Read (fallecido en 1959) relata una experiencia similar de parto indoloro, cuando fue a atender el parto de una mujer del campo, quien no se dejo administrar su habitual dosis de cloroformo. Tras el parto, cuando éste le preguntó, por que había rehusado el cloroformo, esta mujer le dijo: “No me ha dolido nada, tenía que ser así ¿verdad doctor?”. Más adelante constató otros muchos casos de mujeres que parían con muy poca o nula sensación de dolor y confirmó, que en todas se daban un conjunto de circunstancias similares, de relajación y ausencia de miedo o estress, llevándole a iniciar un proceso de búsqueda de las razones que contribuyen al dolor del parto. El resultado fue un libro titulado “Dar a luz sin miedo”[16]. En este libro, Dick-Read explica:

No existe ninguna función fisiológica en el organismo que resulte dolorosa en condiciones fisiológicamente normales, en estado de buena salud. Lo mismo debería suceder con el proceso de parto. En ninguna otra especie animal el proceso de parto parece estar asociado a dolor o sufrimiento de algún tipo, salvo en condiciones patológicas o en situaciones no naturales como las que se pudiesen dar en cautividad.

Dick-Read estaba convencido de que no se requiere un pensamiento consciente para los procesos detrás del embarazo y nacimiento. Esta “inconsciencia”, es lo que vendría determinado por las estructuras más primitivas de nuestro cerebro y que hacen el trabajo sin que seamos conscientes de ello. Al igual que no podemos controlar el crecimiento de un ser en nuestro cuerpo, del mismo modo, tampoco podemos controlar a nivel consciente el trabajo de parto, porque es algo que ocurre sólo: El cuerpo sabe…
En otras palabras, después del embarazo, la mujer no está abandonada a su suerte. El buen transcurso del parto, no depende de si sabe o no dar a luz, o si encuentra a alguien que le asista. La mujer “sabe” hacerlo de modo inconsciente, porque su cuerpo está preparado para ello. Hay literalmente un “reflejo” que llevará a que el bebé salga del útero sin ningún tipo de control consciente por parte de la mujer. El problema es que todo esto se puede desmoronar si de repente surge otra respuesta, el llamado mecanismo de alerta y huida.
En su libro, Dick Read expresa que el sentimiento de miedo durante el parto en la mujer hace que la sangre se distribuya a otras regiones diferentes del útero como respuesta al mecanismo de “alerta”. Este mecanismo se desencadena con el fin de que esta sangre pueda ser utilizada por el resto de músculos del cuerpo, para su uso como salida a una situación de peligro. Como resultado, el útero recibe un aporte insuficiente de oxígeno que conlleva que éste trabaje en condiciones más dificultosas y menos eficientes, lo que genera una reacción de dolor. Por desgracia, cuando se desencadena el mecanismo de alerta y huida, el útero no se considera un órgano esencial y recibe menos aporte sanguíneo. Del mismo modo que en un ataque de miedo nuestra cara palidece porque no necesita tanta sangre, como la requieren nuestras piernas para poder huir, el útero de una mujer con miedo es literalmente de color blanco. Por ello, por su falta de “combustible” no puede funcionar correctamente, ni eliminar desechos de forma adecuada. La mujer no sólo experimenta dolor, si no, multitud de problemas.
De hecho, hoy se sabe por diversos estudios científicos que una de las consecuencias de un menor aporte de oxígeno al útero sería el aumento de la producción de ácido láctico en el músculo acidificando el medio. Para que se den de forma espontánea las contracciones uterinas, es necesario que el tejido del útero tenga un pH no ácido, por tanto, la acidificación del medio uterino conlleva contracciones menos eficaces, que contribuyen a que los partos se alarguen e incluso no progresen, al tiempo que la presencia de ácido láctico cristalizado en el músculo podría generar mayor dolor.[17, 18].
También parece ser que el modo en el que se segrega la oxitocina afecta al modo en cómo se contrae el útero y a la consecuente percepción dolorosa. Según Frederick Leboyer[19] el útero tiene dos formas de contraerse, una espasmódicamente, es decir con espasmos en bloque de los músculos contraídos, que producen en cada intento de distensión, en cada espasmo o contracción, el conocido dolor del calambre. Leboyer explica que cada contracción es un movimiento espasmódico de todos los haces musculares longitudinales en bloque, y que el músculo contraído reacciona sin distenderse, sin aflojar, y lo compara con una garra que no se afloja y que no suelta su presa. Con esta contracción al cervix le cuesta mucho abrirse, la garra no se afloja; a diferencia de cómo en cambio se abre suavemente si los haces musculares están relajados, y se produce un tipo de distensión lenta que empieza en la parte superior de los haces musculares, y baja poco a poco hasta el extremo inferior, y al llegar abajo, el cervix se afloja y va abriendo su luz suavemente, un poco más con cada latido. Con este tipo de distensión, más que de contracción cabe hablar de latido uterino; y Leboyer, al observar el movimiento del vientre de la madre, asegura que se asemeja a la respiración lenta y pausada de una criatura cuando duerme plácidamente. Dice Leboyer también, que en el rostro de la mujer se observa que en lugar de retorcerse de dolor, camina hacia el éxtasis.
También hay estudios que revelan otro aspecto de la oxitocina que tiene que ver con la apertura del útero. Resulta que la oxitocina es más eficaz cuando es liberada de forma rítmica por pulsaciones rápidas[20]. Esto corrobora la eficacia de la distensión del útero con pulsaciones rítmicas; el tipo de relajación de los músculos suave y lenta, de oleada en oleada, de latido en latido. Y también explica que sea distinto el efecto de la oxitocina inyectada en vena y que llega de golpe; y que produce la contracción de los haces musculares a la vez y en bloque. Dice Leboyer que lo que hasta ahora se habían considerado ‘contracciones adecuadas’ del trabajo de parto, son contracciones altamente patológicas y de la peor calidad. Hace avanzar lentamente el trabajo de parto y hacen sufrir a la mujer y a la criatura. Así pues, como dice Wilhem Reich, "los nacimientos son traumáticos, porque desde hace siglos los úteros son espásticos"[21].
La solución a este problema, parece estar, por tanto, bastante clara: por una parte, relajar a la parturienta, pero al mismo tiempo alejar las fuentes que generan tensión y miedo, así como el intervencionismo médico y un ambiente poco adecuado. A la mujer de parto no se le debe instar o empujar a hacer las cosas o a alterar su ritmo, por el contrario, se le debe animar, en un clima de calma o simplemente dejarla a su aire para que su cuerpo trabaje sin ser entorpecido.
Con esta premisa, Dick-Read elaboró la teoría denominada “síndrome del miedo-tensión-dolor asociado al parto”, según la cuál, el miedo y el estress experimentados durante el parto causa una tensión en la mujer que aumenta la percepción del dolor por los motivos anteriormente mencionados, por lo que eliminado el miedo, las mujeres podrían volver a permitir a su útero trabajar en condiciones fisiológicamente normales, eliminando, de este modo, el dolor. De esta forma, el uso de fármacos para aliviar el dolor se vería ampliamente disminuido y relegado a las mujeres que no fueran capaces de reducir apropiadamente su nivel de miedo durante este proceso y a casos patológicos en los que cualquier problema de salud impidiera el desarrollo normal del parto.
El impacto del trabajo de Dick-Read en la comprensión del proceso de dolor durante el parto ha inspirado numerosos trabajos posteriores y a otros autores como Laura Shanley o Laurie Annis Morgan, así como ha dado lugar al auge de diferentes técnicas para reducir el miedo al dolor del parto, como las basadas en la auto-hipnosis y que se fundamentan en este principio de miedo-tensión-dolor. La auto-hipnosis aplicada al parto, denominada hipno-parto, por ejemplo, lleva a la persona a un estado de relajación profunda, donde pueda transformar el miedo en confianza. La técnica del hipno-parto utiliza la auto-hipnosis con el fin de borrar los mensajes negativos y las ideas preconcebidas en torno a dar a luz, sustituyéndolas por una visión positiva de dicha experiencia. Estudios recientes demuestran su eficacia durante el trabajo de parto[22].

¿Qué se puede hacer para disminuir el miedo, disminuir el dolor y favorecer el proceso de parto?

Como ya se ha indicado antes, La información es una de las mejores armas contra el miedo. Así pues, tal y como indicaba Consuelo Ruiz, lo primero es brindar a la mujer un conocimiento profundo de los procesos que están detrás del proceso de parto.
Es importante que conozcamos que el buen desencadenamiento del parto será tanto mas fácil cuanto más facilitemos todas las condiciones ambientales que requiere el proceso, desde un punto de vista fisiológico del parto en sí. Michel Odent, famoso obstetra francés y amplio conocedor y divulgador de la importancia del respeto a la fisiología natural del parto para el buen desarrollo del mismo, hace un énfasis especial en que la mujer asuma el rol de mamífera qué es durante el proceso del parto[23]:

Todos los mamíferos dan a luz gracias a una repentina emisión de hormonas. Una de ellas, concretamente la oxitocina, juega un papel trascendental, ya que es necesaria para la contracción del útero, lo que facilita el nacimiento del bebé y la expulsión de la placenta. También se la conoce por inducir amor maternal (y esta presente durante el amamantamiento y el sexo). Igualmente, todos los mamíferos pueden segregar una hormona de emergencia, la adrenalina, cuyo efecto es frenar la oxitocina. La adrenalina se segrega ante una situación de peligro. El hecho de que la oxitocina y la adrenalina sean antagonistas explica que la necesidad básica de todos los mamíferos a la hora de parir es sentirse seguros. En la jungla, la hembra no podrá dar a luz mientras exista un peligro, como por ejemplo la presencia de un depredador. En este caso, la segregación de adrenalina es una ventaja, pues los músculos que sostienen el esqueleto recibirán más sangre, y la hembra dispondrá de energía suficiente para luchar o huir; en este caso, es una ventaja poder frenar la producción de oxitocina y posponer el parto. Existen multitud de situaciones asociadas con la producción de adrenalina. Los mamíferos la segregan cuando se sienten observados. Cabe destacar que los mamíferos cuentan con estrategias específicas para no sentirse observados cuando están de parto; la privacidad es, obviamente, otra necesidad básica. La hormona de emergencia está también implicada en la termorregulación. En un entorno frío, observamos otra de las conocidas funciones de la adrenalina: inducir el proceso de vasoconstricción. Así podemos explicar que, cuando una hembra está pariendo, y de acuerdo a la adaptabilidad de las especies, tiene que estar en un entorno lo suficientemente cálido. Dado que los humanos somos mamíferos, tales consideraciones fisiológicas vienen a sugerir que, a la hora de parir, las mujeres deben sentirse seguras, pero sin sentirse observadas y con una temperatura ambiente adecuada.

Como ya hemos indicado, una de las primeras acciones del miedo es precisamente desatar los mecanismos de “alerta y huida”, es decir, la producción de adrenalina, que como indica Odent es antagonista de la oxitocina y frena su producción, por lo que una de las primeras acciones del miedo en el parto van a ser dificultar el proceso de parto, hasta el punto incluso, de llegar a pararlo.

Siguiendo con Odent, en este mismo artículo comenta:

Es gracias a nuestro altamente desarrollado neocórtex que podemos hablar, contar y ser lógicos, así como capaces de razonar. En su origen, el neocórtex es una herramienta que sirve a las viejas estructuras del cerebro, ayudando a nuestro instinto de supervivencia. El problema es que su actividad tiende a controlar estructuras primitivas del cerebro y, así inhibir el proceso de nacimiento (y cualquier otro tipo de experiencia sexual). Al respecto, la naturaleza encontró una solución para superar esta desventaja específicamente humana a la hora de dar a luz. Se entiende que el neocórtex debería de encontrarse en estado de reposo para que las estructuras primitivas del cerebro puedan fácilmente segregar las hormonas necesarias. Esto explica el hecho de que cuando las mujeres están de parto tienden a aislarse del resto del mundo, a olvidar lo que leyeron o se aventuran a hacer lo que nunca habrían hecho en su vida diaria, como gritar, insultar, adoptar posturas inesperadas, etc. Muchas veces he escuchado a mujeres decir, después de haber parido, “estaba como en otro planeta”. Cuando una mujer de parto “está en otro planeta” significa que la actividad de su neocórtex es reducida. Esta reducción de la actividad del neocórtex es un aspecto esencial de la fisiología del nacimiento en los humanos, de lo cual se deduce que una de las necesidades básicas de las mujeres durante el parto es la de ser protegidas de cualquier tipo de actividad neocortical. […] Esto implica que si hay una comadrona, una de sus principales cualidades debería ser mantenerse al margen, en silencio y, sobre todo, evitar preguntar algo en concreto. Imaginemos a una mujer en pleno parto y “ya en otro mundo”. Una mujer que grita, que se comporta de una manera que nunca se atrevería en su vida cotidiana. Se ha olvidado de todo lo que ha aprendido o leído sobre el nacimiento, ha perdido el sentido del tiempo y de pronto se le obliga a contestar a la pregunta “¿A qué hora hizo pipí por última vez?”. A pesar de que parezca sencillo, pasará mucho tiempo antes de que los que atienden partos comprendan el significado y la importancia de la palabra silencio. […] La luz es otro factor que estimula el neocórtex de los seres humanos. Está sobradamente comprobado que la estimulación visual influye en el resultado de los encefalogramas. Cuando queremos dormir, apagamos la luz y corremos las cortinas, para así reducir la actividad de nuestro neocórtex, lo que implica que, desde una perspectiva fisiológica, una luz atenuada en general facilita el nacimiento. Llevará tiempo convencer a los profesionales de la salud de la importancia de este asunto […] Sentirse observada también puede ser otra manera de estimular el neocórtex. Cuando una persona se siente observada, existe una respuesta fisiológica que ha sido científicamente estudiada. Por otro lado, es de sentido común que todos nos sentimos diferentes cuando sabemos que estamos siendo observados. En otras palabras, la intimidad es un factor que facilita la reducción del control ejercido por el neocórtex. Resulta irónico que todos los mamíferos no humanos, que tienen un neocórtex no tan desarrollado como el nuestro, tengan una estrategia para dar a luz en la intimidad: los que están activos durante la noche, como las ratas, tienden a parir de día, y los que están activos durante el día, como los caballos, tienden a dar a luz durante la noche. Las cabras salvajes alumbran en zonas inaccesibles, y las chimpancés se alejan de su grupo, se aíslan. La importancia de la intimidad nos enseña que existe una gran diferencia entre la actitud de una comadrona que se sitúa frente a la mujer de parto y la observa, y la de otra comadrona que se sienta discretamente en un rincón. También nos muestra que deberíamos de evitar introducir cualquier tipo de dispositivo que pueda ser percibido como un agente observador, del tipo de cámara fotográfica, de vídeo o monitor fetal electrónico. De hecho, toda situación que pueda desencadenar una liberación de adrenalina puede ser catalogada como un factor estimulante de la actividad neocortical.

Así pues, de todo lo anterior, se pueden elucidar qué estrategias son fundamentales para favorecer el parto y disminuir el miedo y la producción de adrenalina. Tal y como señala M. Odent, éstas pueden ser resumidas en una frase:

En lo que concierne al parto y al nacimiento, todo lo que es específicamente humano debe ser eliminado, al tiempo que las necesidades mamíferas deben ser satisfechas. Suprimir lo que es específicamente humano implica primero liberarse de todas las creencias y costumbres que han interferido la fisiología de este proceso durante milenios. También significa que el neocórtex, esa parte del cerebro tan desarrollada en el ser humano, necesita reducir su actividad, y que el lenguaje, específicamente humano, debería ser utilizado con extrema precaución. Para satisfacer nuestras necesidades de mamíferos humanos necesitamos otorgar gran importancia a la intimidad, ya que todos los mamíferos tienen una estrategia para no sentirse observados cuando paren. También tenemos la necesidad de sentirnos seguros. Es significativo que cuando una mujer disfruta de completa intimidad y se siente segura, a menudo adopta posturas típicas de los mamíferos, como por ejemplo, a cuatro patas. Es común oír decir que el nacimiento debe “humanizarse”. Pero en realidad la prioridad es “mamiferar” el nacimiento. El nacimiento debe, en cierta manera, deshumanizarse.

Tras esto, resulta obvio que el ambiente y el trato que se ofrece hoy en día en los hospitales, para los casos de parto de bajo riesgo, distan mucho de ofrecer este ambiente necesario para que la mujer se sienta segura y relajada, sin miedo, confiada de su capacidad para dar a luz y pueda llevar a cabo su trabajo de parto sin interferencias. En la mayor parte de los hospitales de España y del mundo, lo normal es la ausencia de privacidad e intimidad, la imposibilidad de elegir la postura del parto obligando a la mujer a parir en litotomía (acostada sobre su espalda), la monitorización interna continua, la aplicación de oxitocina intravenosa y un largo etc. de intervenciones que afectan directamente a la fisiología natural del parto, por lo que no es de extrañar que el dolor sea lo normal y no la excepción y que el aumento de partos instrumentalizados y cesáreas crezca de forma exponencial a medida que aumenta el intervencionismo durante el proceso de parto.
Michel Odent asegura que los ginecólogos no saben lo que es un parto porque sólo han visto partos en los hospitales. Es como si se hubiera construido una disciplina médica sobre una base errónea; en una incomprensión del parto como un fenómeno que entra en la esfera de la sexualidad humana, y por ello, los partos hoy por hoy se presentan a menudo con enormes dificultades. El se pregunta, "si la oxitocina es el oxitócico que abre el útero y ésta se segrega de forma natural con la excitación sexual, ¿cómo se va a producir oxitocina natural si la mujer está en una situación de stress? ¿Será, quizá, por eso que los viajeros e historiadores, como Fray Bartolomé de las Casas, que han dado testimonio de pueblos en los que las mujeres parían sin dolor, contaban que las indias se escondían para parir solas?"[24]
Y por otra parte, ¿cómo va el cuerpo a moverse a favor del parto si no se deja a la mujer adoptar la postura que le vaya pidiendo la evolución del proceso? ¿si se la mantiene de forma obligatoria tumbada sobre una mesa? ¿Cómo no va a haber atascos con el cuerpo en horizontal? ¿Cómo se va a empujar si no tenemos los pies en el suelo? La medicina no hubiera nunca intentado forzar la fisiología del parto como viene haciendo, si hubiera tenido en cuenta que esa fisiología sólo la puede guiar las propias pulsiones sentidas por la mujer[13].
Enrique Lebrero, ginecólogo de la clínica Acuario en Alicante y pionero en la instauración de un protocolo de atención al parto natural en la misma, describe por el contrario, como debería ser la forma de actuar del personal sanitario que atiende a la mujer de parto[25]:

Ante un parto fisiológico, de una mujer sana, los profesionales debemos recordar − y creerlo − que el parto no es una enfermedad, ni un acto médico-quirúrgico. Y lo mejor que podemos hacer es respetar y potenciar esa fisiología, esa experiencia vital. En todo momento nuestra posición debe ser de un discreto segundo plano, fundamentalmente transmitiendo seguridad y confianza y potenciando su autonomía. Recordar que en un parto nunca debe haber prisa, cada mujer tiene su ritmo en el parto. Los profesionales del nacimiento debemos saber manejar situaciones y elementos para potenciar la fisiología del parto. Los futuros profesionales deberán saber usar el baño caliente en el momento terapéutico adecuado, sugerir un cambio de postura a la mujer que le favorezca, ayudar a afrontar a la madre la sensación de soledad y de miedo a la muerte.
El masaje adecuado, la palabra precisa, acompañar en la respiración relajante. Estos y muchos otros son los actos terapéuticos imprescindibles para volver a recuperar el sentido del acto de parir y de nacer.


En un clima de este tipo, la experiencia del parto, así como la percepción del dolor, cambian notablemente para la mujer. Este tema está ampliamente tratado por Laurie Annis Morgan en su libro “El poder de un parto placentero”[26]. De sus artículos donde comenta el contenido de su libro, se puede extraer[27]:

He tenido dos partos sin apenas sufrir dolor, pero el primero requirió un esfuerzo enorme de preparación mental, espiritual y emocional porque tenía muchos bloqueos personales en esas áreas en ese momento. Las pocas contracciones que sentí como dolorosas en esos momentos se podían atribuir por completo al miedo, pero el miedo no es la única razón por la que las mujeres experimentan dolor en sus partos. Es importante reconocer que existen numerosas fuentes de dolor que surgen durante el parto, especialmente, cuando éste es medicalizado, ya que intervienen diferentes factores y formas de llevarlo a cabo según el grado de intervencionismo. Es poco aconsejable focalizarse en eliminar el dolor durante el parto, ya sea mediante el uso de fármacos o mediante el control del miedo, si se ignora el resto de factores que actúan en el parto.
He visto muchas mujeres que se quedan con la idea de que lo único que necesitan para no sentir dolor es eliminar el miedo y sin embargo acceden a un tipo de parto en el que aceptan todas las intervenciones inimaginables y después culpan a la teoría del síndrome miedo-tensión-dolor por el dolor que experimentaron en sus partos. Es cierto, que tal y como indicaron autores como Laura Shanley y Grantly Dick-Read, el miedo es un componente clave en el dolor del parto, pero quedarse solo en el miedo como único factor causante del dolor en el parto es perderse muchos de los puntos clave de estos mismos autores. Incluso si tú eres una persona muy poco o nada miedosa en lo concerniente al parto, puedes experimentar dolor si no se respetan aspectos tan fundamentales de la fisiología del parto, tales como la libertad de movimientos durante la dilatación o expulsivo, si te realizan una inducción artificial de las contracciones, si existe falta de privacidad e intimidad, maltrato psicológico por parte del personal que atiende el parto, o si has sufrido experiencias sexuales traumáticas sin tratar, tensión, agresividad, sed, tener la vejiga llena, sensación de vacío intestinal, sentimientos de soledad, agotamiento, problemas para relacionarse, complicaciones, distracciones, o si se pone una excesiva atención a las contracciones o se cree que el parto siempre es doloroso, etc.
Es imprescindible en cualquier discusión sobre parto sin dolor tenga siempre presente que para no sentir dolor, el parto no tiene por qué carecer de sensaciones y puede ser incluso placentero. En mi experiencia personal muchas de las experiencias más valiosas no son ni sencillas, ni carecen de sensaciones, como por ejemplo las relaciones de pareja, donde se da una mezcla de placer, trabajo duro y en ocasiones auténtico dolor, pero es fundamental para mi y parte integral de la experiencia. Yo no querría para ninguno de mis partos que se anulase ninguna de las sensaciones, del mismo modo que no quiero que se anulen las sensaciones que acompañan a la relación sexual. La apertura del cervix, las contracciones rítmicas y poderosas del músculo uterino, el ensanchamiento de las paredes vaginales y los tejidos pélvicos, la tensión de perineo, y el clímax final de una preciosa, húmeda, nueva vida emergiendo en tus manos: ¡estas sensaciones son increíbles y no deberían eliminarse!
La clave de no sentir dolor no es tampoco ser la mujer afortunada que tiene un alto umbral de dolor. Yo personalmente tengo un muy, muy bajo umbral de dolor, por ejemplo. Simplemente los gases en el estómago pueden hacerme doblar hasta las rodillas; una simple nausea me provoca desear morirme. Lo que constituía en mí un auténtico pánico al trabajo de parto y al momento del parto en sí, al principio. Pensaba, “Si no soy capaz de manejar unos meros gases, ¿cómo voy a ser capaz de aguantar un bebé pasando a través de mi cuerpo?” pero como comento en mi libro, eso ocurría cuando yo tenía un concepto equivocado del parto y las fuentes del dolor.


En un artículo del 2001, Wendy Budin, profesora de la escuela de enfermeras de la Universidad de Seton Hall, en New Jersey, se pregunta acerca de la relación entre el miedo y la manera de afrontar el parto, de acuerdo con la espiritualidad de cada uno y de su forma particular de encarar otras facetas de la vida, al tiempo que alerta que el parto es una vivencia profunda para la mujer, de la cual no debería ser privada[28]:

Me pregunto, por qué algunas mujeres sienten el proceso de dar a luz desde una dimensión espiritual, mientras que otras se acercan a esta experiencia desde el miedo y tienen pavor y la quieren evitar a toda costa. En el libro de Peterson “Dar a luz normalmente: Una aproximación personal al nacimiento” se sugiere que las mujeres experimentan el parto de la misma manera en la que viven el resto de experiencias de su vida.
El momento del parto es una situación de crisis en la mujer, de modo que la mujer lo afronta de la misma manera que otras facetas. Unas se crecen y se sienten poderosas y otras tratan de asumir el control o prefieren huir y no sentir nada. Muchas mujeres eligen no sentir nada de su experiencia de parto y prefieren que todo este minuciosamente controlado usando la tecnología y la anestesia disponible para no experimentar dolor. Hoy en día, demasiadas mujeres se acercan al trabajo de parto con la idea: “Por favor, hágase cargo de esto, no quiero sentir nada, sólo haga que mi niño nazca y que esto se acabe cuanto antes”. En lugar de esto, lo que las mujeres necesitan es que se les anime y se les brinde un apoyo desde el cariño y el respeto, haciéndoles confiar en la capacidad de su cuerpo para dar a luz sin problemas.
La confianza de una mujer en sus capacidades están terriblemente influenciadas por el equipo sanitario, el entorno donde el parto tiene lugar y en el grado de iniciativa y decisión que tenga la madre acerca de lo que quiere para su parto. Por desgracia, demasiado a menudo las mujeres no reciben el apoyo necesario debido a que muchos de los médicos y enfermeras toman la misma actitud hacia el parto que hacia cualquier otra crisis o situación médica: en su papel de expertos, ellos sienten que tiene que resolverlo, “curarlo” lo antes posible. Por ello, muchas mujeres se someten por rutina a estos protocolos médicos y hacen uso de la anestesia epidural. Con ello, renuncian a la verdadera experiencia del parto, al momento que tiene el potencial de ayudarles a crecer y alcanzar una mayor plenitud espiritual y psicológica.
[…] Cuando yo les comento a mis estudiantes de enfermería que dar a luz de forma natural puede ser una experiencia espiritual, ellos con frecuencia me miran como si estuviese loca. ¿Por qué, me preguntan, debería alguien sufrir cuando las técnicas de la medicina actual nos permiten tener acceso a la anestesia para aliviar el dolor? ¿Por qué molestarse en tener un parto natural? ¿Por qué no intentar sentir lo menos posible? Esto termina siempre en una discusión filosófica acerca del parto. Intento que ellos aprecien el parto como algo normal, natural y saludable. Escuchamos demasiado acerca del dolor del parto y muy poco acerca de lo agradable y placentero que pueden llegar a ser las sensaciones de las contracciones, sentir el empuje cuando el bebé intenta venir al mundo y la experiencia de armonía con los ritmos del cuerpo, al tiempo que realiza el increíble trabajo de parto. Intento ayudar a los estudiantes a reconocer que la experiencia de parto afecta de forma profunda a la mujer y a su familia, que la mujer posee una sabiduría innata para guiar el proceso. Mi controversia es esta, para ser transformados por el nacimiento, uno debe experimentarlo realmente. Algunos estudiantes aceptan esta filosofía, pero por desgracia, otros continúan cuestionándose por qué alguien debe necesariamente pasar o querer pasar por el dolor en el parto.


¿Es realmente posible un parto sin dolor?

La respuesta es sí, y también es no. El parto sin dolor es posible, pero muy difícilmente con el modelo obstétrico actual que tenemos en España. Como se expuso en el apartado anterior, el dolor surge como respuesta a una tensión que conlleva a la producción de adrenalina y a una disminución del aporte de oxígeno al útero, así como a una contracción tensionada de las fibras musculares del útero. La causa de esta tensión es el miedo al parto y al dolor, pero la misma tensión y producción de adrenalina también surge como consecuencia de no respetar los ritmos, circunstancias y demás requisitos que requiere el parto para transcurrir en condiciones fisiológicas normales. Se requiere de ambas cosas y es tan fácil que algo enturbie la labor de la mujer durante el parto, que es realmente difícil lograrlo. Por un lado, la madre debe desprenderse de sus miedos más profundos y confiar en su naturaleza de mujer, dadora de vida. Pero no como una forma de auto-justificación subjetiva sin base alguna, sino porque la mujer es una mamífera con toda la capacidad que la naturaleza le ha dado tras una evolución de millones de años para hacerlo de forma segura, y con toda una evidencia científica que lo respalda. Debe abstraerse de todos esos riesgos, esos miedos a si saldrá bien, seré capaz, olvidarse de las historias que le han contado, de todo, confiar, confiar y confiar… Debe ir al parto tan tranquila y tan feliz como cuando va a hacer el amor, tan concienciada de que el parto es una prolongación de esa experiencia sexual, que nada externo pueda enturbiar ese momento. Tan tranquila como cuando va a comer (que no piensa en las probabilidades que tiene de atragantarse y morir). Sintiendo que esa experiencia es algo tan natural como cualquier otra función fisiológica de su organismo, que no requiere ser supervisada constantemente por un equipo médico para hacerla de forma segura. Tranquila, porque parir de forma natural y sin intervencionismo médico, es seguro .
Pero por desgracia, este concepto del parto es difícil de arraigarlo en nuestra sociedad, así que, si quieres un parto sin dolor, antes debes trabajar estos aspectos y estar totalmente convencida, y por ello, buscar unas condiciones para dar a luz lo menos intervencionistas posible, lo más natural posible, lo más intimo posible. Como decía Odent, hay que parir en condiciones de seguridad e intimidad que permitan que nuestro neocórtex, el que nos hace humanos y nos mantiene en estado de alerta segregando adrenalina (bloqueando el parto y la producción natural de oxitocina) esté lo más relajado posible, para que nuestro cerebro primitivo y mamífero, pueda trabajar sin interferencias y orquestando el parto.
Cuando comienza un parto, las primeras ‘contracciones’ se sienten como pequeños pellizcos indoloros, podríamos decir que casi no duelen; en este momento es cuando la mujer debe de iniciar el viaje interior al "planeta parto", desconectarse del mundo y conectarse con sus pulsiones y su deseo; y en lugar de retraerse por miedo al dolor –que todavía no ha llegado- hacer un acto corporal de entrega y de abandono: relajarse, abrirse y empujar. Creo que de este modo, las siguientes ‘contracciones’ ya no se percibirán ni siquiera como pellizcos, sino que sólo llegará la agradable sensación difusa de placer producida por el temblor del cervix.
Si por el contrario, como solemos hacer, nos dejamos llevar por el miedo y nos contraemos y nos encogemos, a la siguiente contracción los pellizcos se irán notando más y comenzarán a ser dolorosos, y empezaremos a recorrer la espiral del dolor: cuanto más dolor más retraimiento y encogimiento, y cuanto más encogimiento, más dolor... y así nos iremos moviendo en contra del parto; en lugar de coger el ritmo de los latidos, entrar en la espiral del placer y movernos a favor del parto.
Laurie Morgan, sugiere que, en general, cualquier técnica que ayude a relajarse y desconectar, tales como bailar suavemente, masajes, escuchar música relajante, ponerse calor, realizar sexo o masturbarse , llenarse de pensamientos positivos (me quiero, soy capaz, me merezco un parto gozoso, puedo tener un parto gozoso, voy a tener un parto fácil y placentero, etc.), practicar ejercicios y posturas relajantes, cambiar de posición y moverse libremente, seguir el instinto... Todo ello puede ayudar mucho a no focalizarnos en el pensamiento de dolor y a alejarlo de nuestras mentes.

Una opción altamente relajante y que beneficia muchisimo el parto, precisamente por esto es la de hacer uso del agua en el parto. El papel principal del agua es ayudar a la madre durante el periodo de dilatación y facilitar que adopte posturas instintivas y naturales, lo que le permite alcanzar un nivel óptimo de relajación. El agua en el parto es un método sencillo y eficaz que favorece que la mujer recupere su instinto biológico y que su sistema neuro-hormonal facilite el parto, con menos dolor, menos analgésicos y menos intervenciones médicas, al tiempo que permite que la mujer se aísle, se sienta en un clima más íntimo y seguro y reduzca su nivel de miedo y ansiedad. Cuando una parturienta se introduce en una bañera con agua caliente (con una temperatura de 37°C), se reduce la producción de adrenalina. Además, el ambiente acuático reduce la fuerza de la gravedad y la estimulación sensorial y aumenta la producción de endorfinas (neurotransmisores producidos por la glándula pituitaria responsables de disminuir las sensaciones dolorosas). El agua caliente, igualmente, relaja la musculatura de la madre y repercute en una respiración más tranquila. El ritmo y la intensidad de las contracciones disminuye, pero la dilatación es más rápida. La mujer consigue intimidad con el aislamiento sensorial que produce el baño de agua caliente, estando a oscuras y en silencio.
El primer parto dentro del agua del que se tiene noticia está registrado en 1803, en Francia, aunque existen pruebas concretas de que algunas culturas antiguas practicaban el parto en el agua: las egipcias daban a luz de esta forma a los bebés destinados a ser sacerdotes y sacerdotisas; y los indios Chusmash de la costa de California pasaban el trabajo de parto en los remansos de las mareas y bahías poco profundas a lo largo de la playa[30]. No obstante, no es hasta 1970 que el médico francés Michel Odent empezó a introducir a las parturientas en una bañera de forma sistemática. Descubrió que el uso de agua caliente en el parto era beneficioso puesto que disminuía el dolor y favorecía la dilatación cervical, sobre todo en aquellas mujeres con contracciones ineficaces[31]. Fue a partir de 1981, en Estados Unidos, cuando esta práctica empezó a popularizarse como opción alternativa para dar a luz. Casi 30 años después de los hallazgos de Odent, la práctica del parto acuático se ha extendido notablemente. Esta opción se sigue en el Reino Unido, Francia, Bélgica, Japón, EEUU, Australia y España, donde, cada vez más, se crean centros en donde tienen lugar este tipo de nacimientos. Según sus partidarios, es una iniciativa más humanizada y natural, ya que cada mujer da a luz a su propio modo y bajo sus instintos[30]. Existe evidencia científica de que la inmersión en agua durante la dilatación reduce la percepción del dolor en las parturientas, así como el miedo durante el parto[31-34].

Laurie Morgan apunta finalmente, que prepararse psicológicamente para no tener dolor antes del parto es como hacerse un seguro para el hogar, en realidad no protege la casa de un desperfecto, pero te genera tranquilidad. La preparación te va a ayudar a estar tranquila y no preocuparte por ese tema, a tener fe en el parto y en la sabiduría de tu cuerpo: “Nuestros cuerpos fueron diseñados para dar a luz con normalidad y contienen todo lo necesario para ello. No necesitamos nada más, ni medicalización ni instrumentalización de ningún tipo, ni ninguna otra actividad para dar a luz de forma placentera y gloriosa.”

Lo que en general es indiscutible es que la percepción del dolor es, en un amplio grado, una cuestión subjetiva del individuo y como decía Laurie Morgan, muy influenciada por la cultura y los hábitos aprendidos desde la infancia. Comenta David Morris en su libro “La cultura del dolor” que Mark Zborowski publicó en 1969 un curioso libro titulado “Gente con dolor”, en el que relató las actitudes que produjo el dolor en los veteranos de guerra[35]. Clasificó una muestra de pacientes por su origen étnico y formó cuatro grupos: irlandeses, judíos, italianos y estadounidenses viejos. El último grupo interpretaba el dolor como una amenaza de desempleo y de ruina económica, los irlandeses afirmaron que este síntoma no los aplastaba. Los judíos lo consideraban como un castigo por el pecado y los italianos lo veían como una prueba de fe y redención. Zborowski afirmó que la fisiología del dolor adquiere atributos culturales y sociales y su análisis no sólo requiere de investigación en el laboratorio y la clínica, sino también en el complejo laberinto de la sociología. La medicina constituye una poderosa cultura o subcultura que produce sus estereotipos, la descripción del cuerpo humano como si fuera una máquina explica lo equivocado del tratamiento del dolor en esta concepción, pues éste y la enfermedad siempre son artefactos culturales.
Zbrorowski perfila la idea de que hay una identidad cultural asociada al dolor, en tanto que uno aprende con sus progenitores y parientes cercanos cómo y cuando es apropiado expresar dolor, pero además hay una identidad étnica y un devenir histórico que pueden quedar registrados en la expresión del dolor. De hecho, la misma Asociación Internacional para el Estudio del Dolor define el dolor como la experiencia “sensorial” y “emocional” relacionada con el daño real o potencial de algún tejido, o que se describe en términos de algún daño. De esta definición se destaca que hagan distinción entre lo sensorial (percibido por los sentidos) y lo emocional (interpretado o valorado por el cerebro en función de experiencias previas y nuestra educación). Somos seres culturales en el padecimiento y el tratamiento del dolor.

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